Cuando
añado años a mi vida empiezo a tener claras ciertas cosas. Una de ellas es que seguimos
siendo niños, adolescentes y adultos al mismo tiempo, solo que inflados por la
edad. Por ello, sigo teniendo simpatía por aquel niño que, sentado en la última
fila, apenas veía lo que el profesor escribía en la pizarra. Me enternece recordar
la travesía del desierto emocional que, como todo adolescente, tuve que atravesar y
, desde luego, me produce respeto y curiosidad lo que me queda por
experimentar y conocer. No son sentimientos excepcionales. Todos los compartimos.
Estos
períodos vitales han sido siempre amenizados por una banda sonora que solía
provenir de las radios comerciales, de los vinilos que adquiríamos con no pocas
dificultades o de aquellas cintas magnetofónicas que nos pasaban los amigos con
los que compartíamos afición musical. Todavía recuerdo como recomponía las
cintas rotas con laca de uñas de mi madre.
La
música nos ha permitido “estetizar” de manera eficaz nuestras vidas ordinarias
. Estas adquirían instantes épicos con tan solo escuchar ciertas canciones. No
estoy de acuerdo con Theodor Adorno , convenientemente vapuleado por David
Byrne en su ensayo “Como funciona la música”, en sostener que la música es como
una droga que aplaca y entumece a las masas haciéndolas fácilmente
manipulables. Son, desde luego, analgésicos vitales que nos ayudan a superar
los trazos ordinarios de nuestras vidas y que congelan ”momentos estelares” de
nuestras vidas individuales. Pero quizás sea excesivo llevarlos a la categoría de drogas
obnubilantes del entendimiento.
Como
señala Byrne la música es ininteligible. Existe en el momento en que es
aprehendida pero, aún así , puede alterar profundamente nuestra manera de ver
el mundo y nuestro lugar en él. Somos nuestra banda sonora acumulada por los
años. Todos tenemos un ADN musical que marca nuestro paso por este
incomprensible mundo. Y hoy me apetece recordar aquellos temas que me
acompañaron en la adolescencia que viví en los años 80 y 90. Magnífico período
musical donde irrumpieron las técnicas de grabación y los sintetizadores.
Entonces, nos bastaba un aparato con dos altavoces estéreo, por supuesto, para
deleitar nuestros oídos y viajar con la imaginación a los mundos que, entonces,
soñábamos. Hoy , el mundo que vivimos
difiere considerablemente del que evocábamos. Pero, seguimos soñando, quizás de
otra manera.
En
el próximo post os haré un ranking de la música de los 80-90 que formó mi
personal banda sonora.
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